Pitágoras.
“Hay geometría en el murmullo de las cuerdas. Hay música en los espacios entre las esferas”.



Monfragüe, 12 de agosto del 2020.
Sentada en mitad de la nada, viendo florecer las estrellas en un inmenso lienzo negro cuales tímidas margaritas titilantes, recordé a Pitágoras y su teoría de la música o armonía de las esferas.
Tras años de estudio de las cuatro disciplinas del saber antiguo: aritmética, geometría, astronomía y música; Pitágoras (570- 475 a. C) condensó todo su conocimiento en dicha teoría; considerando que la Tierra, el Sol, la Luna y los demás cuerpos celestes generaban un sonido al desplazarse por el espacio, que al combinarse, emitían en sus movimientos unos tonos musicales melódicos y producían así una maravillosa armonía eterna conocida como…
“Música de las Esferas”.

Esa sinfonía estelar está eclipsada para el oído humano. «Desde que llegamos al mundo, estos sonidos siempre están presentes, nunca cesan, por lo tanto, es imposible diferenciarlos del silencio…nacemos con ellos», decía Pitágoras.


Sin embargo se rumoreaba que él sí podía escucharla porque Thot (dios egipcio de la sabiduría, la música y la escritura) le había otorgado ese don.
¿Sería así como determinó su sistematización de la escala musical?
Quizá, observando y escuchando el universo en una noche cálida, concluyó que las distancias entre los planetas tenían la mismas proporciones que existían entre los sonidos de la escala musical.
Extrapolando esto al universo, los sonidos emitidos por los planetas dependían de las proporciones aritméticas de sus órbitas alrededor de la Tierra, de la misma forma que la longitud de las cuerdas determinan sus tonos.


En palabras de Aristóteles, en su «Tratado del Cielo», II, cap 9, 290.
“Hay en efecto gente [los pitagóricos] que se figura que el movimiento de cuerpos tan grandes [los planetas] debe producir necesariamente ruido, pues escuchamos alrededor nuestro los ruidos que hacen cuerpos que ni tienen tanta masa, ni una velocidad igual a la del Sol o la Luna. Por ello, uno se cree autorizado a concluir que astros tan numerosos e inmensos que aquellos que tienen este prodigioso movimiento de traslación, no pueden andar sin hacer un ruido de una intensidad desmesurada y de proporciones armoniosas. Pero como sería muy sorprendente que nosotros no escucháramos esta pretendida voz, nos explican la causa, diciendo que ese ruido data para nuestros oídos desde el momento mismo de nuestro nacimiento. Esto hace que no distingamos el ruido, es que no hemos tenido nunca el contraste del silencio, que sería su contrario; pues la voz y el silencio, se hacen así distinguir recíprocamente el uno del otro. Pero, al igual que los herreros, por el hábito del ruido que hacen, no se dan más cuenta de la diferencia, así igualmente, dicen, sucede a los hombres. Esta suposición, lo repito, es muy ingeniosa y muy poética; pero es absolutamente imposible que sea así».
“Los filósofos de la Antigüedad consideraban que el mundo estaba constituido por una armonía perfecta, es decir, que desde la tierra a los cielos había una escala perfecta”.
Athanasius Kircher.
La ingeniosa idea sobrevivió cerca de mil años e influyó en el matemático y astrónomo Johannes Kepler, quien dedicó una de sus obras a teorizar sobre cómo sonaría el Sistema Solar.
En su obra “Harmonices mundi” o “La armonía de los mundos” de 1619, expone que cada planeta produce un tono musical durante su movimiento de revolución alrededor del Sol y que la frecuencia del mismo varía con la velocidad angular de los planetas respecto al Sol.


También asignó un registro de voz a cada uno de ellos, por ejemplo Mercurio sería soprano por ser el planeta más cercano al sol y, por tanto, el más veloz y el de mayor frecuencia; y Júpiter y Saturno serían los más bajos al ser los más lentos y graves.
Consideraba que los planetas podrían tocar juntos en perfecta concordancia en contadas ocasiones, como pudo ser en el momento de la creación.

Con el tiempo, su teoría pasó a ser algo más poético que científico, ya que el vacío espacial impide la transmisión de ondas sonoras, pero la fuerza simbólica de esta teoría que hasta científicos contemporáneos con «la teoría de cuerdas» han intentado dar respuesta al misterio de esta extraordinaria sinfonía.


La propia NASA y gracias a la frecuencia de señales en los micrófonos de las naves espaciales ha podido recopilar la melodía de distintos cuerpos del sistema solar a través de sonogramas. El pasado año 2019 compartió una traducción a sonido de la luz de una galaxia, capturada por el telescopio espacial Hubble.
Y el hallazgo más sorprendente viene de la mano del Southwest Research Institute, quien tras una investigación descubrió que debido a que la atmósfera del Sol está llena de ultrasonidos en forma de ondas, que emite sonidos, tal como anticiparon los pitagóricos y Kepler.
Se podría concluir así que la música de las esferas consistiría, en realidad, en un ultrasonido solar que interpreta una partitura formada por tonos 300 veces mas graves de los que podría captar el oído humano.

Por dejar una pieza musical como guinda del pastel, Josef Strauss en el siglo XIX musicalizó el ideal pitagórico con una pequeña obra maestra: su vals opus 235, Sphärenklänge (sonidos de las esferas).
Podéis escucharlo aquí: https://youtu.be/0qlmRtSDBWoal.
Tras recodar todo esto, aquella noche de agosto mientras esperaba a que la lluvia de perseidas inundase de luz el cielo, cerré los ojos e imaginé cómo sonarían los astros con el coro de grillos que cantaban a mi alrededor.

Sólo debemos aprender a escuchar el silencio y la música de las esferas resonará en nuestros oídos.
Olga es Entelequia
*Imagen de portada – Diseño: Biktor Kero. Fotos: Freepik (Racool_studio y kjpargeter).
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